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domingo, 1 de mayo de 2016

¿A QUÉ HUELEN LAS MADRES?

Hoy domingo es el comercialmente conocido como "Día de la Madre". Se supone que, si eres un buen hijo-hija, debes de invertir los intereses  generados por tu cuenta bancaria o lo que hayas ahorrado en impuestos con tus empresas en Panamá, en un presente para tu progenitora.

A tenor de los anuncios que salen por la televisión, yo he llegado a la conclusión que las madres no olemos demasiado bien, sinó ¿cómo os explicaís la enorme cantidad de colonias y perfumes con que nos bombardean a todas horas? ¡Que hasta la Misa Dominical de la Primera está patrocinada por el nuevo perfume Eau de Romer! Yo pienso si el dinero de la campaña no estaría mejor aprovechando regalando muestras de Tomill Noirhoras puntas en las paradas del metro y del bus...¡El resto de los mortales lo preferimos a que nos corten la peli!

Esto de los regalos es algo muy personal y sinó mirad lo que le pasó a mi amiga Cuqui con su suegra,  doña Güendolina. La vieja es tan ácida que su marido le tira pepinillos y cebollitas al bolsillo para hacerlos en vinagre. Las malas lenguas dicen que es descendiente de la Madrastra de Blancanieves, la de la manzana.

Cuando mi amiga se casó con su hijo Kiko, le regaló un par de lámparillas de dormitorio que hubieran causado pesadillas hasta al mismísimo Freddy Krugger. 

Cada lámpara era un unicornio pintado con rayas marrones y violetas y al final del cuerno, tenía un payaso con una máscara veneciana, a la cual se le iluminaban los ojos de color rojo. Un horror, vamos. Cuando mi amiga recibió tal presente y consiguió superar el trauma, escondió las lámparas en lo más recóndito de su armario y compró unos prácticos flexos para poder leer el "Lecturas" y el "Sport" en la cama. 

Un día, estando sus suegros de visita, doña Güendolina le pidió a Cuqui que le enseñara cómo quedaban sus lámparillas en su habitación. Mi amiga, con la excusa de ir al baño, fue al dormitorio, quitó los flexos de su sitio y los escondió debajo de la cama, después sacó las espeluznantes lamparas de las profundidades del armario y las puso en las mesitas de noche. Volvió a la sala donde estaba su suegra y le dijo:

—Pase al cuarto, doña Güendolina, que le enseño las lámparas.

La mujer siguió a mi amiga y entraron en la habitación.

—Son preciosas, ¿verdad, Cuqui? Pero como lucen más es encendiéndolas—añadió la mujer, mientras accionaba el interruptor y una cegadora luz surgía de debajo de la cama...¡Con las prisas, mi amiga había olvidado cambiar los enchufes! 

Entonces, aprovechando la confusión creada, Cuqui arrojó las abominables lámparas al suelo y éstas se hicieron añicos.

—¡Fíjese, Güendolina, del susto que han tenido, los unicornios han querido huir y han caido al vacío y se han matado!

La pérfida y hortera mujer quedó muda y decidió que la acción de su nuera iba a tener muy graves consecuencias:


¡Nunca más volvería a regalarle nada a Cuqui!



Núria Graell






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